Un clásico de la impro es el ejercicio de las dos personas y las dos sillas. Uno de los actores se quedará en las sillas; un banco de parque. El otro tiene que acercarse y comenzar a improvisar una seducción.
También es interesante repetir el ejercicio con más parejas. Es graciosísimo cuando una referencia de la primera improvisación adquiere continuidad en las siguientes:
¿Ves ese edificio? Ahí trabajaba yo, me acaban de echar.
¿Ves ese edificio? Yo lo ayudé a construir, no me pagaron.
¿Ves ese solar? Yo diseñé el edificio que van a poner ahí.
Hace años, ya había probado este experimento como objeto de deseo. Esta vez me tocó el papel de seductor, y me daba vergüenza rebuscar en mi propio baúl de persuasiones eroticofestivas.
Resolví por la tangente. Aunque sea a un nivel involuntario, muchos hombres suelen dar comienzo a la seducción con muestras de poder.
—¡HOLA, SOY WALTER! —grité a mi pobre compañera— ¡WALTER TEXAS RANGER! ¡Y SOY MUY GRANDE, Y SOY LO MÁS...! ¡Es mentira, es mentira, es mentira! ¡En realidad tengo un nombre de m...!
Es decir, empecé satirizando a los ligones que atropellan, pero también me di cuenta de que por esa vía no iba a poder avanzar a lo largo de todo el cuadro. Jugué entonces por el patetismo súbito. Tampoco iba a tener mucho éxito con la chica, pero por lo menos podría administrar mis recursos durante más tiempo. Además, jugar a los gritos da gracia si es puntual. Un personaje que grita siempre al mismo nivel se hace plano.
Encapuchando y desencapuchando el patetismo de este hombre, se me hacía más surrealista aún. Sea como sea, había jugado una carta tan pesada que sólo tenía un modo de darle a la deseada un pie para interesarse por mí:
—Bueno, ya no la molesto más. Me voy, que tengo que atender mis negocios. Tengo tierras en México, en El Salvador...
A partir de saber que tenía tierras, la compañera que hacía de objeto de deseo pudo tener una baza para cambiar el interés de su personaje.
Habrá quien igualmente siga en sus trece, leyendo en el banco del parque sin interesarse, pero las escenas más memorables son aquellas donde surge un cambio en los personajes principales. Por decirlo de otra manera, una escena siempre será mejor cuando subvierta ideas establecidas. La chica deseada tiene que interesarse por el moscón en cuanto se entera de que tiene muchas riquezas.
En la vida real, el sexismo es grave; pero en el teatro es mucho más imperdonable que una improvisación eficaz termine del mismo modo que empezó.
Habrá quien igualmente siga en sus trece, leyendo en el banco del parque sin interesarse, pero las escenas más memorables son aquellas donde surge un cambio en los personajes principales. Por decirlo de otra manera, una escena siempre será mejor cuando subvierta ideas establecidas. La chica deseada tiene que interesarse por el moscón en cuanto se entera de que tiene muchas riquezas.
En la vida real, el sexismo es grave; pero en el teatro es mucho más imperdonable que una improvisación eficaz termine del mismo modo que empezó.
Este es uno de los motivos por los que es tan difícil escribir material de sensibilización de una causa como el machismo. Una obra de teatro encomiable en su planteamiento es Casa de muñecas, de Henrik Ibsen. Tiene un mensaje, pero no por ello vuelve maniqueos a sus personajes. Lo ideal es que las personas que ya están convencidas no se aburran, y que los descreídos piensen un poco.
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