Durante el último año, dos de los sitios que conocía donde aún podías tomar café en paz han desaparecido. Ambos estaban regentados por un afable señor argentino; uno distinto en cada local.
En el que cerró primero, el café no era tan bueno. Era el término medio entre café servido por persona y café de máquina. De hecho, lo servía en vasos para máquina. Pero era barato y el dueño nos llamaba papá al saludar.
Ahora es una carnicería.
El segundo tenía el mejor café del centro, quizá sólo superado por el del Bar La Cueva, que desde que derribaron el edificio que le hacía sombra ya no parece tan cueva. Este segundo local de este segundo señor argentino estaba lleno de rincones y esquinas, por lo que siempre te sentías a resguardo de las voces de otras mesas. La luz entraba tenue de día y se iluminaba tenue de noche.
Las paredes tenían algún que otro cuadro, a destacar una ilustración que plasmaba la península ibérica desde el centro de Madrid —con sus rascacielos sobresaliendo— hasta el mar Cantábrico. Todo lo que había entre la capital y la costa era puros terruños y sembraos, lo que daba la sensación de que los rascacielos de Madrid medían kilómetros y toda España vivía en ellos. ¿Cómo si no hubieran aparecido en una imagen que cubría desde la Meseta Central hasta el norte? Ese cuadro era como un mandala que te hacía reconocer la irracionalidad del mundo. Un café zen.
Pasado el verano, me acerqué de nuevo. La última vez que había estado ya vi un cartel de Se traspasa, así que no di por sentado que el señor argentino segundo me fuera a estar esperando. Pero no estaba preparado para lo que vi al asomarme al ventanal de entrada.
Una tele. Una tele gigante. Una tele gigante con fútbol, y una familia ocupando una mesa en todo el centro. Y un hombre que me miraba y remiraba como si cometiera una afrenta por no entrar a consumir para ver el fútbol. ¡No estaba viendo el partido, señor probablemente colombiano! Estaba paralizado por la impresión de no ver mi cueva de ancianos donde Madrid se ve desde Santander.
No hay comentarios:
Publicar un comentario