Sucedió en el espacio de un segundo y medio.
Al ir a pasar por delante de un salón de estética de los que pegan carteles de hermosas mujeres, llamó mi atención la imagen de una mujer con velo. No se me ocurrió que fuese una estampa inusual en una peluquería para señoras.
Me sorprendió la sutil distinción que transmitía. Su mano izquiera se alzaba hasta su barbilla como si flotase sin esfuerzo. Sus dedos miraban a su derecha en horizontal, como marcando un número a modo de pista en una película trasnochada de misterio.
Me miraba a mí. Sus ojos no eran grandes, pero absorbían todo.
Sonreí cuando me di cuenta de que, aunque inmóvil, no era una foto.
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