Cansado de no poder sentir la fuerza de la tierra bajo sus pies, Marcelo se arrancó las suelas. Su paseo matinal fue el doble de fresco; también el doble de lento. Cada piedrecita le dio los buenos días, el rocío de la hierba le refrescó entre los dedos.
Al volver a casa, doña Dominga acababa de fregar el suelo.
—Marcelín, pasa por lo fregado con los zapatos quitados, que no quiero que me dejes la mugre.
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