Así como el frío sólo existe como ausencia del calor, el mal es el frío de un corazón alejado de la luz. Si conociera el bien, jamás haría lo que llamamos el mal.
El mal —el no bien— se fundamenta en una justicia mórbida que ha perdido toda mesura. A ojos del cegado por tal neblina moral, sus actos podrán ser feos, pero siempre justificados.
En todas las historias —ya sean reales o de ficción—, el hombre justo está lleno de dudas, mientras el villano tiene una razón sustentando cada una de sus maldades.
Alejado de su propio camino, el hombre en la sombra no sabe que su camino existe; mucho menos reconoce el de los demás. Avanza agrediendo con tal de no decir la verdad: tiene miedo.
El miedo no es el mal, pero es lo que perpetúa su sustancia.
El miedo es lógico.
El miedo es razonable.
Es el mal lo que lo convierte en un problema real.
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