Y, sin esperarlo, veo algo forzado a permanecer igual —mas por fuera siempre distinto—. Y el viento se siente con derecho a empujarme.
Después de mucho tiempo a cuatro patas, me vuelvo a poner de pie, y desde lo alto veo cómo las copas de los matojos estaban chamuscadas.
Es el mismo paisaje, pero ya no vivo aquí. Tampoco en el segundo aquí, ni en ningún sitio.
Si es cierto lo que cuentan de los fantasmas, mi vida de ultratumba no se distinguirá de esta vigilia. Este amago de vigilia donde lobos y delfines yacen juntos en la arena, al umbral de la marea, enlodados en un respeto muerto a lo único que aguantan todos.
He aprendido tanto en dos años o menos, que si vuelvo a toparme con viejos jueces, tengo miedo de romper sus cuellos de una mirada.
Ven, Ayuda de Cámara, te juro que no es capricho. Quédate tú al menos; ayúdame a levantar.
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