Cuando pasó el transeúnte se encendieron las ventanas. Esa casa en ruinas parecía ansiosa de visitas. Ni bombillas quedaban. Sólo Bocanegra osó entrar. Según dijo, chimeneas se prendieron y manjares aparecieron ante él.
Ya no temíamos a la casa, sino a Bocanegra, que nos espantaba con piedras para comerse todo.
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