Esa voz. Esa exquisita voz. Fue oírla y enhebrarme. Procedió del suelo, un anochecer. La lluvia dijo «Hasta luego». Esa voz dijo «Hola». En ese espacio la oí.
—¿Hola? —respondí, agachándome.
—Hola. Hola —repetía.
Desde la cloaca, me saludaba. Esa voz. Esa exquisita voz.
Arrodillado, proseguía:
—¿Hay alguien?
—Hola —seguía ella, sin variar tono.
—¿Necesitas ayuda? —pregunté, con la oreja ya pegada.
—Hola —continuaba—. Hola.
Y la lluvia regresó. Yo en la tapa. Pegado, húmedo; una rana.
Otra voz, resfriada, se acercó:
—Hola. ¿Necesitas ayuda?
Empecé a llorar.
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