lunes, 10 de junio de 2019

Teatro leído: MEDEA

Medea, de Frederick Sandys (1829–1904)

No es la primera vez que mi club de lectura recita a Eurípides. Hemos llegado a leer Medea en la plaza del Callao, con unas túnicas blancas hechas de pancartas viejas. Fue cuando pasó Jaime Blanch y me vio disfrazado de Jasón. Me hizo ilusión haberlo hecho sentir como en El Ministerio del Tiempo.

Esta vez ha sido la que menos efectismos hemos preparado y la más memorable hasta la fecha.
El Espacio Vecinal Montamarta —al este de Madrid—, quiso celebrar sus cinco años de cinefórum proyectando la película Medea (1988) de Lars von Trier. Y sabiendo que teníamos Medea en repertorio, nos ofrecieron abrir la sesión con una lectura dramatizada.

Perdona, Eurípides, pero creo que una de las razones por las que nos salió tan bien fue porque quitamos una frase. Al final del todo, en lo más virulento —tremendo SPOILER—, el corifeo explica a Jasón que sus hijos fueron asesinados por Medea. Lo que Jasón responde tiene mucho sentido como acotación integrada en la acción; pero sinceramente, para el lector moderno queda risible.

JASÓN
¿Dónde los mató? ¿Dentro o fuera de la casa?

A ver, Jasón, ¿qué importará si fue dentro o fuera? ¡No te hagas el detective, ya sabes que lo hizo la madre!
En todas las ocasiones en que hemos leído la obra, traté de interpretarlo del modo menos gracioso posible, pero igualmente aquella frase de dentro o fuera sacaba una sonrisa en nuestro propio equipo. Esta vez, la tachamos. Y la corriente de pathos se disparó sin cortapisas.

Otro factor del éxito de nuestro acto fue la predisposición del público. Cuando la audiencia viene atenta desde casa, nosotros podemos probar técnicas más sutiles porque la mayoría las va a captar.

Quizá los disfraces jugaron en nuestra contra las otras veces.
El teatro, en cualquiera de sus formas, no es como el hockey, donde le das a un coso con un palo; el teatro se parece más al curling, porque tienes que andar barriendo frenéticamente delante del coso para que parezca que se mueve solo.

Pero el factor más importante fue que era una experiencia compartida. En otras ocasiones, el público estaba delante, al final nos decía que les había gustado, pero faltaba la catársis.
Hoy escuché a una señora sollozar levemente. No sé qué pensó el resto de mis compañeras, pero en ese momento me propuse hacerla llorar ríos. Sin obcecarme, entré en la emoción precisa. Esto ya no sería una mera introducción a la película. Nuestra lectura iba a ser como esas porciones de pizza que sirven antes de las cenas de boda para que no salgas con hambre. La gente no habría venido por ello, pero sin duda volverían a casa satisfechos porque el resto de la noche tuvo sentido.

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