Este año, aparte de colaborar como actor en el taller dirigido por mi amiga Saskia Sánchez de Agüero, participé en la adaptación de la obra. Era Doce hombres sin piedad (Reginald Rose, 1954), un texto largo y prolijo lleno de iteraciones.
Con la mejor de mis intenciones, probé a acortar buena parte de las líneas de diálogo sintetizando el contenido. Así habría menos palabras que memorizar y se agilizaría el ritmo. ¡Pobre iluso! En mis propias carnes sufrí mi decisión.
Cuando memorizamos textos, es más fácil hilarlo todo cuando cada línea lleva a la siguiente de forma fluida. Pero cuando está todo tan sintetizado que se salta de una premisa a la siguiente obviando lo obvio, es el reparto quien debe seguir el hilo en su imaginación.
¡Con tal de ahorrarles pasos a mis colegas, los puse a saltar a la pata coja!
Así pues, para que sirva de anotación para el futuro: más vale dejar a los actores de teatro una línea de sobra a que de tanto quitarles hebras se queden deshilachados.
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