Del par de años que llevo acudiendo a la Feria del Libro de Madrid, lo que más me llama la atención es su calidad de interactiva. Hay actividades de todo tipo y gangas que normalmente tendrías que pedir a establecimientos especializados de otras comunidades autónomas. Incluso en puestos como el de la República Dominicana te leen poemas en persona.
Sin embargo, diría que la función ulterior de este evento es atraer socios para organizaciones y fundaciones como ANAR.
Por mucha visión periférica que tengas, al final se te acercará alguien con una carpeta y querrá tus datos. Personas como estas pueden dar una imagen indeseable por culpa de la mala fama que les dan los más indiscretos.
El año pasado, en mi grupo estaban hablando tan felices y alguien puso una cuestión en el aire y vino Le Grand Chismose y la respondió capciosamente. Se llevó la cuestión a su terreno pensando que así nos convencería mejor. No sé cuál sería su vocación, pero Le Grand Chismose no servía para dar buena imagen a su causa.
Este año nadie se nos trató de arrimar con bajas estrategias, pero los viejos hábitos son difíciles de soltar.
Me había desgajado de mi grupo para poder visitar las casetas de las editoriales Satori y Valdemar. Había descuidado mi visión periférica porque mi prioridad era buscar la sombra. Por eso no vi al joven que me llamaba desde la esquina opuesta del toldo. Para empezar, hasta que no me habló ni siquiera lo reconocí como un pescador de donantes. ¿Dónde tenía la carpeta? Sólo llevaba a la vista la identificación oficial.
No me dio una sola oportunidad para retirarme con respeto. Pareció muy interesado en saber de mí y de mis importantes causas sociales; y como nadie me suele preguntar de eso fuera de internet, le di el sermón dentro de lo que cabe. Pero por supuesto, llegó el momento de pedirme los datos —¿dónde tenía la carpeta?— y directamente le pregunté cuál era la forma más respetuosa y asertiva de decir que no.
Creo que quedamos en buena onda. Tampoco quería hacerle perder el tiempo, es sólo que algunas personas buscan convocar a seres humanos y cometen el error de tratarlos como robots. Recurren a instrucciones indirectas, como:
—Si se le cayesen cuarenta céntimos al suelo y los perdiera, ¿le cambiaría la vida?
Triste, porque no me quedaba más opción que decir que sí. Feliz, porque no soy un robot.
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