El reino onírico es virtualmente infinito, pero ya era de noche cuando encontré la tienda donde venden cualquier comida del mundo. Es un local medianamente grande, con amplias ventanas. Se parece a una charcutería, pero con variedad en los mostradores y mejor iluminación. Si no encuentras lo que buscas en los estantes, significa que está en el almacén.
Hay un señor que atiende todo detrás de un mostrador, y varias veces al día monta un sorteo con regalos. Me apresuré a ponerme en la fila sin saber bien qué quería pedir, por eso me distraje en el último momento y me llegué a alejar un metro de la fila. Estaba concentrándome en pensar qué se me antojaba de verdad, sin dejarme llevar por caprichos de rarezas exóticas.
Ante mi breve ausencia, el señor de la tienda empezó a anunciar un sorteo, pero intervine y me atendió de inmediato. Le pedí un plato de rodajas de pepino mezcladas con rodajas de cebolla. Todo crudo. Eso era exactamente lo que quería, y el buen hombre me lo sirvió con aceite de oliva y una barra de pan para mojar.
El epílogo del sueño soy yo comiendo satisfecho.
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