—¡Era sólo un piropo!
Y me cruzó la cara de vuelta y vuelta. Después, se giró con la barbilla alta por la calleja del Tío Eusebio, tratando de que las piedras no le hicieran perder el equilibrio. Pero en fin, los tacones es lo que tienen. Al llegar a la altura del portón verde, se escalabró contra el suelo. Entre el polvo del sendero, su figura de mujer fatal había perdido toda elegancia.
—Perdón —le dije—, el autobús es p’al otro lao.
Seleccionado en el IV Maratón de Microrrelatos de Navacerrada (2015).
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