A veces, como afición, traduzco subtítulos de series que nunca se van a licenciar. Como escritor, el hábito me benefició.
En los subtítulos, lo normal es que no siempre quepa todo lo que tienes que poner en ese segundo y medio. Tendrás que hacer malabarismos, incluso anexionar la línea de detrás o de delante. Todo por ser fiel a lo que hubieran escrito los guionistas originales si en vez de ser de Osaka fueran de Móstoles.
Así, haciendo un leve esfuerzo un línea tras otra, empiezas a dominar el arte de la síntesis. Han pasado unos meses y sabes calcular al peso la potencia de una palabra.
Puede que la primera vez que gané un concurso de microrrelatos fuera por hablar de temas mesiánicos, pero yo pongo mi apuesta en la elección en el momento preciso de la palabra quebrar. En la combinación de contexto, tremendismo solapado, brevedad y café.
Además, como tienes que fijarte en cada línea de diálogo, eres capaz de analizar los trasfondos y estructuras más a fondo. Incluso de los peores capítulos puedes aprender. Siempre llega ese momento en el que dices: «Oh, no... ¡Esto me recuerda al episodio del malo que se disfraza de la hermana pequeña!» Y ya no cometes el mismo error.
Por último, en un mundo donde es difícil aquietar la mente y disponer el ánimo para la escritura, traducir subtítulos te permite practicar la escritura sin que entorpezca el autojuicio. Todo lo que vayas a escribir ya se le ocurrió a otro. No te preocupes de la reputación que te vaya a dar el resultado, aún no he conocido a nadie que haya ligado por estar en un fansub.
Puedes olvidarte de la buena marcha de la trama, porque lo que los personajes necesitan de ti es que transmitan la emoción adecuada en cada escena.
Pequeños objetivos que dan grandes frutos. Microgestión desapasionada y altruísta de unas tareas que necesitas ejercitar.
Y además, habrá más gente que pueda ver las series que te gustan.
Al fin y al cabo, escribes lo que escribes porque crees en su importancia, ¿no?
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