La joven bajó a por agua al pozo. El rostro que le reflejó su interior era melancólico. Ella siempre sonreía, pero el espejo al otro lado de la penumbra no era fiel. Acusaba sus ojeras, oscurecía sus dientes y ensuciaba su pelo.
La joven hizo bajar el cubo. Lo hundió hasta fundir esa otra cara, que corrió a meterse dentro. Cuando al fin estuvo en manos de la chica, el agua pudo ver mejor. Reflejó un rostro sin insomnio, ni terror, ni hollín.
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