viernes, 19 de julio de 2019

¡Ah, qué susto!

La noche estaba al caer. Yo iba por un camino con árboles a un lado. Bajo ellos, vi un poyete. Me senté.
Al minuto me quise ir y me puse en pie, pero justo llegaba una niña con su madre y preferí esperar a que me adelantasen para que no anduvieran cinco minutos hablando detrás de mí. Por coincidencia, la niña se detuvo justo delante. Si yo salía de los arbustos en ese momento, la asustaría, así que seguí de pie, inmóvil. Pero la niña me vio y soltó una frase digna de telefilme mal escrito:
—¡Ah, qué susto! —y para no asustarla más, me quedé quieto, pero a los dos segundos la niña se puso frenética—. ¡Aaaaaaaah!
Y con el grito agarró a su madre del brazo y se la llevó por donde habían venido. Se quedaron quietas a veinte metros.
Visto que mi inmovilidad en las sombras hacía más mal que bien, decidí volver al sendero. Pero después de que pasase el corredor, no sea que también lo asustase.

Un poco cutre el susto. Para mí que la niña ya no quería pasear más lejos.

Towards Pleasure (René Magritte, 1950)

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