En un banco de la avenida, una pareja de jóvenes amables pedía dinero para comer. Sin voces lastimeras, bien limpios, con su perro echando la siesta donde no molestara.
Ninguno de los viandantes los tomó en serio. Estarían esperando a que llegasen a ese punto donde toda ayuda es inútil y no pueden remontar. A cuando la voz nace ya rota; a cuando no merece la pena limpiarse porque dormir ensucia; a cuando el perro se queda tumbado no por educado sino porque se quedó toda la noche alerta.
¿Vale la pena mostrar simpatía cuando los demás sólo te aceptan medio muerto?
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